El Prójimo Inesperado

Día 20

Pero él quería justificarse, así que preguntó a Jesús: —¿Y quién es mi prójimo? Jesús respondió: —Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote quien, al verlo, se desvió y siguió de largo. Así también llegó a aquel lugar un levita y al verlo, se desvió y siguió de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba el hombre y viéndolo, se compadeció de él. Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva”. ¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? —El que se compadeció de él —contestó el experto en la Ley. —Anda entonces y haz tú lo mismo —concluyó Jesús. Lucas 10:29-37

Mientras reflexiono sobre la parábola que compartió Jesús, me recuerda el viaje de Jerusalén a Jericó, una travesía de aproximadamente 18 millas, en su mayoría cuesta abajo. Viajar en aquellos tiempos significaba depender de los pies o de un burro, lo que requería preparación y confianza. Sin embargo, a pesar de cualquier experiencia o previsión que el viajero pudiera haber tenido, lo inesperado puede convertirse rápidamente en una realidad. Tal vez, para él, lo último que anticipaba era ser atacado por ladrones, despojado de sus pertenencias, golpeado y dejado medio muerto.

Lo que sucedió después debió ser realmente sorprendente. Mientras yacía allí, un sacerdote pasó de largo sin ofrecer ayuda. Quizás el viajero pensó que, dada la estatura y las responsabilidades del sacerdote, se dirigía a un deber más importante. Luego vino el Levita, alguien bien versado en la ley, pero él también ignoró al hombre herido. En ese momento de desesperación, el viajero pudo haber cerrado los ojos, perdiendo toda esperanza.

Pero luego, de manera inesperada, apareció un samaritano. La misma persona que la sociedad consideraba un extraño y rechazado, se convirtió en quien mostró compasión. Mientras el samaritano vertía aceite y vino sobre las heridas del viajero, el hombre comenzó a sentir alivio, sumido en gratitud a pesar de su estado de derrota. A medida que recuperaba lentamente fuerzas sobre el burro, debió haber estado asombrado de descubrir que su salvador era un samaritano, el sorprendente prójimo que lo llevó a una posada y se aseguró de que recibiera la atención que necesitaba, diciendo: “Cuida de él, y yo te reembolsare por cualquier gasto extra”.

Este poderoso acto de bondad refleja una verdad profunda, nos muestra el Evangelio. Revela que Jesucristo, el Prójimo Inesperado, vino a salvarnos cuando estábamos tendidos, medio muertos en la desesperación. Él pagó el precio supremo por nuestra salvación y envía a la Iglesia a cuidar de los necesitados.

Si te sientes en la manos de ladrones, desnudo, golpeado, dejado medio muerto después de ser atacado por las realidades de la vida, entiende que Jesús, el Prójimo Inesperado, te ve y no te deja desamparado. Estás aquí en Tabernáculo de Gracia por una razón. Y a los que están encargados del alojamiento, que siempre recuerden la clara instrucción de Jesús: atender a quienes están heridos, sabiendo que nos reembolsarán por nuestro amor y cuidado.

Esforcémonos por encarnar el espíritu del Buen Samaritano, buscando maneras de apoyarnos mutuamente en tiempos de necesidad, a menudo desde los lugares más inesperados.

 

Contigo, 

Josué

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