Armados a la manera de Dios

Día 3

“Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas; que con denuedo hable de él, como debo hablar.” Efesios 6:10-20

 

En medio de las demandas diarias, de las preocupaciones y las presiones que nos agobian, es fácil olvidar nuestra mayor prioridad: Dios. Las distracciones que enfrentamos a menudo nos desvían del propósito divino para nuestras vidas y nos hacen perder de vista la batalla espiritual en la que estamos involucrados.

Pero la Escritura nos recuerda que nuestra lucha no es contra lo visible, lo que podemos ver y tocar, sino contra fuerzas invisibles que operan en los cielos, fuerzas que intentan desviarnos de nuestra fe.

Dios, en su sabiduría, nos ha provisto de una armadura espiritual completa para que podamos resistir los ataques del enemigo. El apóstol Pablo nos exhorta a ponernos toda la armadura de Dios, para estar firmes y vencer las asechanzas del diablo. Esta armadura no es física, sino espiritual, y cada pieza tiene un propósito vital:

La verdad que nos ceñimos a los lomos, que nos da claridad en medio de la confusión.

La coraza de justicia, que protege nuestro corazón y nuestras emociones de los ataques de la condena y no da valentía.

El evangelio de la paz que debe ser nuestro fundamento, dándonos estabilidad y dirección en cada paso.

El escudo de la fe, que apaga los dardos de fuego del maligno, protegiéndonos de las dudas y temores.

El yelmo de la salvación, que guarda nuestra mente, recordándonos nuestra identidad en Cristo y su salvación.

La espada del Espíritu, que es la palabra de Dios, nuestra herramienta para atacar y defender en la batalla espiritual.

La oración constante en el Espíritu, como la clave para mantenernos alertas y en comunión con Dios.

A menudo, olvidamos que estamos en una batalla que requiere preparación diaria. La oración y la meditación en la Palabra de Dios son esenciales para fortalecer nuestra fe y equiparnos para resistir. Es a través de la armadura de Dios que podemos enfrentar los retos, y cuando estemos firmes, seremos capaces de hacer frente al mal en cada momento.

Al final del pasaje, Pablo también nos recuerda la importancia de interceder unos por otros, de orar por los demás y de compartir el evangelio con valentía. No estamos solos en esta lucha; somos parte de un cuerpo, y nuestra fuerza viene del Señor.

Te exhorto el día de hoy a que te tomes un momento para revisar cada parte de la armadura de Dios. ¿Estás cubierto por la verdad? ¿Estás caminando en justicia y paz? ¿Estás protegiendo tu mente y tu corazón? ¿Estás orando constantemente, vigilante y perseverante? No olvides que la victoria ya está asegurada en Cristo, y al ponernos toda la armadura de Dios, podemos permanecer firmes ante cualquier dificultad.

Contigo,

Liza

 

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